Laia, es un lujo tenerte en Cyclo. Para empezar, ¿cómo te presentarías hoy como profesional y como mujer que acompaña a otras mujeres en sus distintos ciclos vitales?
Gracias de corazón por invitarme, es un placer estar en Cyclo, un espacio que valoro muchísimo.
Hoy me presento como una mujer que acompaña a otras mujeres desde una mirada holística, respetuosa y profundamente humana. Mi camino profesional ha ido evolucionando junto con mi propio proceso vital: desde la ciencia y la medicina hasta lo corporal, lo emocional y lo cíclico.
Trabajo desde un enfoque que une lo clínico con lo intuitivo, lo académico con lo experiencial. Acompaño a mujeres en distintos momentos de sus vidas —menarquia, fertilidad, ciclo menstrual, perimenopausia, menopausia— no solo desde el conocimiento, sino desde la presencia, la escucha y el vínculo.
Para mí, ser profesional hoy significa no solo tener herramientas médicas o terapéuticas, sino también saber sostener, crear confianza y devolverle a cada mujer la soberanía sobre su cuerpo. Acompaño desde el respeto a los ritmos, sin juicios, honrando los silencios tanto como las palabras.
Y como mujer, también estoy en constante transformación. Me nutro de las historias que escucho, de las redes que tejemos y de la certeza de que, cuando una se reconoce, muchas otras se reconocen también
2. La ginecología con perspectiva de género
Tu mirada como ginecóloga rompe moldes. ¿Qué significa para ti ejercer la ginecología con perspectiva de género?
Para mí, ejercer la ginecología con perspectiva de género es practicar una medicina que no solo atiende órganos o síntomas, sino que comprende el cuerpo femenino como un territorio vivo, atravesado por el contexto social, cultural, emocional y político.
Significa reconocer que muchas mujeres han llegado al consultorio cansadas de no ser escuchadas, de que se minimicen sus síntomas, de ser diagnosticadas sin ser realmente vistas. Es entender que el ciclo menstrual, la sexualidad, la fertilidad o la menopausia no se pueden abordar solo desde la biología, sino desde la experiencia única de cada mujer en su entorno y en su historia.
Incorporar la medicina de género va un paso más allá: implica asumir que el cuerpo de las mujeres responde de forma distinta a fármacos, metaboliza distinto, enferma diferente y también sana diferente. Que los datos clínicos han sido históricamente diseñados sobre cuerpos masculinos, y que esa brecha sigue teniendo consecuencias reales en diagnósticos, tratamientos y prevención.
3 Tiempo, protocolos y realidad
En muchos centros de salud, las consultas ginecológicas duran 7 o 10 minutos. ¿Qué consecuencias tiene eso en el diagnóstico de patologías o condiciones específicas de las mujeres?
Cuando la consulta es tan breve, se favorece una medicina simplificada y protocolar, que tiende a medicalizar síntomas sin comprender sus causas reales, o a normalizar el malestar con frases como "es normal, eres mujer", "es el estrés", "aguanta un poco más". Y eso no solo retrasa los diagnósticos: genera frustración, desconfianza y hasta trauma en muchas mujeres.
Además, no se contemplan los factores sociales y emocionales que influyen en la salud ginecológica: la carga mental, el impacto del trabajo no remunerado, la violencia simbólica o física, la presión estética o reproductiva. Todo eso también vive en el cuerpo.
La consecuencia final es que las mujeres sienten que su dolor no importa, que exageran, que su salud no merece tiempo. Y eso también enferma.
Por eso creo que una ginecología digna no es un lujo, es un derecho. Y ese derecho empieza por algo tan básico como el tiempo para ser escuchadas.”
4 Diagnósticos que llegan tarde
Endometriosis, SOP, dolor pélvico crónico... Hay mujeres que tardan años en recibir un diagnóstico. ¿Qué nos está fallando? ¿La escucha? ¿La formación? ¿El sistema?
“Nos está fallando todo eso: la escucha, la formación y el sistema. Pero sobre todo, nos está fallando el modelo con el que fuimos enseñadas a mirar el cuerpo de las mujeres.
Las enfermedades como la endometriosis, el SOP o el dolor pélvico crónico no son solo complejas en lo clínico; también son condiciones invisibilizadas históricamente. Y lo que no se nombra, no se busca. A muchas mujeres les dicen durante años que su dolor es normal, que exageran, que es psicológico o que ‘ya se les pasará con un embarazo’. Eso no es solo desinformación: es violencia médica estructural.
Nos falla la escucha clínica, porque muchas veces no hay tiempo ni mirada sensible para comprender el relato completo de una paciente. Nos falla la formación, porque la mayoría de los programas de medicina aún no enseñan a abordar estos diagnósticos con profundidad, ni incluyen formación en medicina de género. Y nos falla el sistema, porque prioriza la rapidez, el protocolo y la receta, por encima de la relación terapéutica y el acompañamiento real.
El resultado es que muchas mujeres tardan entre 7 y 10 años en ser diagnosticadas, cuando en realidad han estado pidiendo ayuda desde el principio. No es que no sepamos diagnosticar: es que no estamos mirando ni escuchando con las herramientas adecuadas.
Transformar esto requiere una revolución profunda: formar profesionales con conciencia de género, devolver tiempo y humanidad a la consulta, y poner en el centro la experiencia y el saber de las mujeres sobre sus propios cuerpos.”
5 El ciclo como mapa clínico
¿Qué se pierde cuando no se tiene en cuenta el ciclo menstrual como una herramienta diagnóstica? ¿Por qué debería ser parte del historial clínico?
Cuando no se tiene en cuenta el ciclo menstrual como una herramienta diagnóstica, perdemos una oportunidad valiosísima de leer el cuerpo en tiempo real. El ciclo no es solo una función reproductiva: es un espejo del estado hormonal, metabólico, emocional y del sistema nervioso de una mujer. Es, literalmente, un signo vital.
Observar el ciclo —su duración, regularidad, calidad del sangrado, ovulación, síntomas premenstruales— nos ofrece pistas muy concretas sobre desequilibrios que van mucho más allá de los ovarios. Desde un hipotiroidismo sutil, hasta un exceso de cortisol, una resistencia a la insulina o una disregulación del eje hipotálamo-hipófisis-ovario.
Además, cuando el ciclo se ignora en la anamnesis, se invisibiliza la experiencia cíclica femenina, que es clave para entender la salud integral de una mujer. No es solo lo que pasa en el útero: es cómo duerme, cómo digiere, cómo se siente en cada fase del mes. Y eso, para mí, es información clínica fundamental.
Incluir el ciclo en el historial clínico no es un detalle menor, es una forma de decirle a esa mujer: ‘Tu cuerpo importa. Tu experiencia tiene valor clínico. Y tu ciclicidad es una fuente de sabiduría, no un estorbo fisiológico’.
En resumen, no mirar el ciclo es mirar con un ojo cerrado. Y en medicina, ver la mitad puede costarnos diagnósticos, comprensión... y vínculos de confianza.”
5. Perspectiva de género: más que una moda
A veces se habla de “perspectiva de género” como si fuera un extra. ¿Por qué es fundamental para la práctica ginecológica? ¿Qué cambia cuando se incorpora?
“La perspectiva de género no es un complemento, es una herramienta clínica. Y en ginecología, es imprescindible. No se trata solo de hablar de mujeres: se trata de entender cómo los cuerpos femeninos han sido históricamente ignorados, medicalizados o tratados bajo modelos diseñados para y por los hombres cis.
Incorporar perspectiva de género significa reconocer que el dolor de una mujer no se valora igual, que muchas veces se la cataloga de exagerada, ansiosa o ‘hormonal’ cuando en realidad está viviendo un proceso real que no se está mirando bien. Significa saber que el ciclo menstrual no es una molestia, sino un termómetro fisiológico, y que la salud ginecológica está atravesada por la cultura, la economía, la carga de cuidados, la violencia, el deseo y el cuerpo.
Cuando incorporamos esta mirada, dejamos de silenciar síntomas y empezamos a leerlos con contexto. Dejamos de reducir la consulta a una ecografía y una receta, y empezamos a acompañar procesos. Cambia el diagnóstico, cambia el tratamiento, y sobre todo, cambia la relación entre paciente y profesional: se vuelve más horizontal, más humana, más transformadora.
Para mí, la perspectiva de género es el mínimo ético para ejercer la medicina de forma justa. Sin ella, no hay medicina completa. Solo una parte de la historia.”
6. Las pacientes que llegan sabiendo más que el médico
Muchas mujeres llegan a la consulta con información que han investigado por su cuenta. ¿Qué te pasa a ti como profesional cuando la paciente viene ya con un nivel de conciencia alto?
“Cuando una mujer llega a consulta con información, preguntas claras y conciencia sobre su cuerpo, para mí no es una amenaza ni una carga. Es una oportunidad. Es señal de que hay un terreno fértil para el diálogo, para una medicina compartida.
Estamos saliendo —por suerte— de un modelo donde el médico tenía todo el saber y la paciente solo obedecía. Hoy, muchas mujeres llegan con lecturas, con dudas bien formuladas, con un entendimiento profundo de su ciclo, su microbiota, su nutrición, su salud hormonal. Y eso me parece un acto de soberanía.
Como profesional, mi trabajo no es deslegitimar lo que trae, sino escuchar, ordenar, traducir cuando hace falta, y aportar herramientas clínicas con respeto. No todo lo que se investiga en internet es preciso, claro, pero el deseo de saber y de entenderse es sagrado. Y yo lo valoro muchísimo.
Además, una paciente consciente es una aliada en su propio proceso. El seguimiento es más profundo, el compromiso es real y los resultados son más sostenibles. Lo que cambia no es solo el plan terapéutico, sino la calidad del vínculo. Y para mí, ahí empieza la verdadera medicina: en el encuentro entre dos saberes que se escuchan.”
7. ¿Qué debería cambiar en las consultas?
Si tuvieras la oportunidad de rediseñar el modelo de atención ginecológica en atención primaria, ¿por dónde empezarías?
“Si pudiera rediseñar el modelo de atención ginecológica en atención primaria, empezaría por devolverle el tiempo, la escucha y el cuerpo a la consulta. Hoy tenemos un modelo fragmentado, rápido, y muchas veces desconectado de la experiencia real de las mujeres. Y eso no es solo una falla del sistema: es una deuda histórica.
Empezaría por algo muy simple pero revolucionario, jaja.
* consultas más largas, que permitan escuchar sin interrumpir.
* formación continua en salud menstrual, sexualidad, dolor crónico, fertilidad, perimenopausia y violencia de género, no como temas extra, sino como base de la práctica.
* lenguaje claro, no infantilizante ni medicalizante.
* Y también herramientas para evaluar los ciclos, los síntomas, las emociones y el contexto de vida, no solo una ecografía o una analítica.
Diseñaría espacios donde el objetivo no sea solo detectar patología, sino acompañar procesos vitales, prevenir desde la conciencia corporal y construir salud con la paciente, no sobre ella.
Porque al final, una buena atención ginecológica no debería centrarse en controlar el cuerpo de una mujer, sino en devolverle la confianza para habitarlo. Y eso solo se logra cuando la mirada clínica se humaniza y se politiza a la vez.”
8. Un mensaje para mujeres que no se sienten escuchadas
Hay muchas mujeres que salen de una consulta sin respuestas, o incluso sintiéndose invisibilizadas. ¿Qué les dirías? ¿Qué pueden hacer?
“Lo primero que les diría es: no estás exagerando, no estás loca y no estás sola. Si saliste de una consulta sintiéndote invalidada, invisibilizada o peor de lo que entraste, eso no es tu culpa. Es una señal de que el sistema falló en lo más básico: en escucharte.
A veces, lo que más duele no es el síntoma físico, sino que te digan que es ‘normal’, que ‘aguantes’, o que ‘no hay nada’. Y cuando una mujer escucha eso muchas veces, empieza a desconfiar de su propio cuerpo.
Por eso, lo primero es validar lo que sentís. Lo segundo, es que sí existen profesionales que te van a mirar con respeto, con tiempo y con ganas de entender. A veces hay que buscarlos, pedir recomendaciones, cambiar de centro, o incluso armar una red de apoyo que combine ginecología, psicología, nutrición, fisioterapia o medicina integrativa. Pero hay otra forma de ser acompañada, y existe.
Y lo tercero, es que tu historia vale. Tu malestar tiene sentido. Y tu intuición es una herramienta clínica. No dejes que te arrebaten tu voz en el intento de curarte. Exigir una atención digna no es ser complicada: es reclamar tu derecho a estar bien.”